miércoles, 23 de marzo de 2016

DIOS ES CREATIVO


Cada uno elige en quién y en qué creer. Para mí basta ver la naturaleza en toda su magnitud, contemplar la perfección en cada expresión de vida, la belleza del paisaje, incluso el desafío de ciertos fenómenos naturales, como las tormentas y los terremotos. Todo es parte de un plan perfecto elaborado por un ser increíblemente creativo a quien sin duda alguna le gusta la variedad. Basta ver su poder en las olas del mar y en los fuertes vientos; y a la vez sentir como te abraza con ternura con la misma brisa marina bajo una puesta de sol.

Dios es creativo y con su creatividad motiva a que nosotros, seres creados a su imagen y semejanza, despertemos también esa magia interior que nos impulsa a crear. 

Si bien hablar de Dios no es encasillarlo bajo una sola perspectiva, quienes creemos en su existencia, lo vemos como una fuerza espiritual única que trasciende todo nuestro entendimiento. Una fuerza que dirige nuestra vida y nos mantiene a flote en situaciones adversas.

Particularmente, soy católica, fiel creyente que sólo la FE en Dios, puede sostenernos para seguir adelante en momentos en que no vemos la salida. Pero no siempre fue así. Crecí en una familia donde nuestro único contacto con Dios, era la oración antes de dormir o los domingos cuando asistíamos a la iglesia. Momentos en los que podía pedir, no sin antes agradecer, salud para mi familia, trabajo para mi padre, o lo que necesitara puntualmente esos días.  Así de simple y de mecánico. Repetía las oraciones aprendidas por mi abuela materna principalmente, o en el colegio, por supuesto católico también; pero no entendía su significado ni su valor. Y tampoco era consciente de la magnitud de toda su creación.

No había convicción y por lo tanto, mi FE no era genuina. Creía en Dios porque debía hacerlo, era una norma impuesta desde pequeña pero sin sentirlo realmente.

El tiempo fue pasando y formé mi propia familia. Para ese entonces ya estaba alejada de todo ese ritual católico porque como todo lo que no se lleva por dentro sinceramente, se va dejando en el olvido.  Pero aún así no desapareció.

Tuve dos hijos, a los que bauticé según mi religión y a los que también inscribí en colegios católicos, mucho más practicantes y fervientes que aquel en el que estuve yo misma. Imagino que en ese momento buscaba inconscientemente que Dios no me dejara. Que a pesar que yo hubiera puesto distancia entre los dos, EL no lo hiciera. Tiempo después, comenzaron los problemas y luego de años de lucha por sacar adelante un matrimonio que en realidad no tenía sentido, ni siquiera para la misma iglesia, me di por vencida; y me divorcié.
El divorcio me sacudió, puso mi vida de cabeza, pero a la vez me dio la oportunidad de volver a verme a mí misma de otra manera. Reconocer las malas decisiones y asumir sus consecuencias siempre cuesta, y mucho, pero es la única forma de volver a empezar con más claridad. 

Verme a mí misma con dos hijos pequeños, de 8 y casi 4 años, me hizo aceptar que necesitaba de toda mi fortaleza para salir adelante y, sola no podía.
Increíble que fuera el divorcio una de las primeras razones para volver a buscar a Dios, y de manera genuina. Recordando ese episodio de mi vida, sonrío cuando alguien me comenta que los divorciados están lejos de Dios, que Dios sólo quiere matrimonios bien establecidos, que continúen juntos a pesar de todo el sufrimiento que ambas partes se puedan generar.

No lo creo. Dios como nuestro padre, quiere nuestro bienestar. Quiere vernos felices. Claro está, que el amor de pareja es entrega constante y sacrificio, pero también lo es el respeto y cuidado que cada uno tiene con el otro. Si bien el divorcio no es la solución a los problemas de pareja, a veces es la única salida ante una situación inaceptable como lo puede ser el maltrato físico, psicológico y/o verbal.





Descubrir un Dios de amor, como el que yo anhelaba que existiera y pedirle que cuidara de mis hijos y de mí misma, y que me mantuviera fuerte para seguir siendo jefe de familia, fue lo que me ayudó a renovar mi FE.

Estoy segura que todas las cosas buenas y no tan buenas que vinieron después, fueron regalos divinos: La gente maravillosa que conocí luego, mis grandes amigas del colegio a las que volví a encontrar después de años, las nuevas amigas que hice en el colegio de mis hijos y las oportunidades laborales que surgieron, que me permitieron pagar mis cuentas, fueron algunos de ellos.

Pero no todos los regalos fueron paquetes de alegría.

Felizmente, mi FE en Dios estaba afianzándose cuando mi padre enfermó y se fue en menos de un mes. Ese fue otro duro acontecimiento que me demostró el gran amor de Dios y su presencia en cada espacio de mi vida.

No visitaba mucho a mis padres en ese entonces, por lo que la enfermedad de mi padre cayó casi de sorpresa. No tuve tiempo para analizar mucho mi distanciamiento y sólo me limité a estar presente, durante casi todo el mes en que vi a mi padre deteriorarse con la enfermedad. Era increíble ver a ese hombre fuerte, al que muchas veces creí tan soberbio, tan indefenso y apagándose cada día. El amor hacia él volvió a su lugar, no había rezagos de resentimiento, sólo compasión hacia él y preocupación por mi mamá, para que se mantuviera fuerte durante esos días en que acompañaba a mi padre. Conversaba con Dios todos los días, le pedía fortaleza, no le pedía que lo sanara, creía era algo que estaba ya descartado, no sé por qué lo creía así, porque para Dios no hay imposibles, pero en ese momento algo me decía que no era una posibilidad, por lo que sólo pedí fuerzas para mantenerme en pie. Como si fuera poco, la situación económica de mis padres era complicada, el dinero se acababa, felizmente contaban con el seguro médico del trabajo de mi hermano, pero habían exámenes que no estaban cubiertos. La respuesta de mis oraciones cayó como un bálsamo. Tenía a mi familia entera reunida, tías, primos, cariñosos y preocupados. TODOS y cada uno de ellos nos brindaron su apoyo en distintas formas. Ver a mi tía, hermana de mi padre, llegar a la clínica con el almuerzo preparado por ella misma para mi mamá todos los días, era como ver un ángel enviado por Dios. Creo que nunca se lo he dicho, pero ese sólo gesto que tuvo con mi madre durante ese mes, fue una de las demostraciones de amor más reales que he visto en mi vida.

Pero la mayor prueba de amor de Dios la tuve una tarde de domingo que nunca olvidaré. Regresaba del cine con mis hijos cuando me senté en la sala de mi casa y comencé a llorar sin parar, era incontrolable, pareciera que lloraba todo lo que no podía durante mis horas en la clínica. Fue entonces que mi hijo Nicolás de 8 años me vio y luego desapareció, regresó en menos de dos minutos con una hoja que tenía una dedicatoria para él con la firma de un jugador peruano (famoso) de fútbol y me dijo: “mamá no estés triste. ¿Recuerdas este autógrafo? Mi abuelo me lo consiguió una tarde cuando se encontró con Pizarro. Esto va a hacer que siempre me acuerde de mi abuelo. Haz tú lo mismo, recuerda cuando eras chiquita y todos los momentos que pasaste con él.” Obviamente lloré más y lo abracé tan fuerte sin pode hablar. Luego se fue a jugar como cualquier niño de 8 años.

Tan simple y tan profundo a la vez. Así es el amor de Dios, que nos llega de maneras inimaginables y se puede tocar y sentir por medio de palabras que nos tocan el alma, de abrazos que nos confortan, demostraciones de amor invalorables. Es como si EL mismo nos abrazara y nos dijera “tranquila, vas a estar bien.”

Han pasado más de once años desde ese día y puedo decir que volví a estar bien.  Y no solo volví a estar bien, sino además mucho más fuerte y a la vez más consciente de todo lo que me rodea.

Me volví a enamorar y me volví a casar hace casi tres años. Un regalo de Dios también, quizá uno de los mayores regalos porque llegó cuando ya había tirado la toalla. Cuando estaba resignada a vivir sin un compañero. “No me tocó”, pensaba. Y finalmente no lo necesitaba, porque tenía ya todo el amor que pudiera desear. Pero como Dios es creativo y le gusta dar sorpresas, apareció en mi vida un hombre maravilloso, un compañero leal, alguien tan especial y tan perfecto para mí, que pensé que no existía. Con quien tengo la plena certeza que quiero pasar el resto de mi vida.

Hoy tengo una familia más grande y más feliz, y aunque la convivencia nunca es un lecho de rosas, sé que esta vez elegí bien. Y sé que elegí bien por estar más alerta y dispuesta a dejarme guiar por ese Ser Supremo. Porque a partir del momento en que lo volví a encontrar ya no lo quise soltar. Hoy siento que Dios llena todos mis espacios y lo veo en todas mis actividades, con mi familia, con mis amigos, con mi trabajo, con el voluntariado que elegí para servir, EL está presente siempre.

Sonrío cuando recuerdo lo lejos que estaba cuando oraba repitiendo sin conocer el significado de las oraciones. Hoy mis oraciones son conversaciones, más simples y genuinas.


Hoy le doy significado a cada palaba porque lo siento en el corazón. Vivo y tan presente, como el amor verdadero. El que te alegra el alma al despertar y te abraza en el más dulce de los sueños.




Hoy también respeto y creo que cada uno tiene su propia conexión con Dios y lo siente desde su perspectiva personal. Porque Dios es creativo hasta para saber cómo conectar con cada uno y nunca usará la misma ruta para todos.


Suerte e inspiración y hasta la próxima!



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